EL SENDERO DE AMAPOLAS

Recuerdo que cuando aún era niño, me leyeron o me contaron un cuentecillo que yo después he tratado de buscar inútilmente y que, por otra parte, en casa nadie lo recuerda.

Erase que se era, un caballero que regresaba de la guerra o de la cruzada, con las armas ya en reposo y el espíritu ansioso por llegar al rincón donde descansar de luchas y vivir con templanza día a día.

Al lado de su cabalgadura caminaba un enorme y noble presa, que le había acompañado siempre en el combate y que con su bronco gruñido ahuyentaba en las noches de solitaria acampada tanto, a lobos, como a merodeadores y asaltantes.

Le quedaba ya al caballero tan sólo una jornada para llegar a su destino y a la anochecida, preparó un fuego, compartió con su perro el último trozo de cecina, y envuelto después en su ajada manta se dispuso a dormir las pocas horas que su corazón ansioso le permitiera.

Antes del amanecer, apresurado por acortar en lo posible la hora feliz de llegada y del abrazo de los suyos, aparejó su montura, recogió sus bolsas de viaje y reanudó la marcha, la última, la tan soñada.

Pero una vez reanudado el camino, el enorme perro comenzó a mostrarse inquieto; se detenía, ladraba, gemía y gruñía.

El caballero le instaba a continuar llamándole por su nombre y palmeándose la pierna con el gesto de siempre.

De mala gana le seguía el animal, para volver después a ladrar y detenerse. Según continuaba la marcha su intranquilidad aumentaba, llegando a cruzarse ante el cabalgador mostrando su poderosa dentadura.

Transmitió el nerviosismo al caballero hasta el punto de que el jinete casi perdió el control de sus animales, y el hasta entonces valiente y noble presa comenzó a morder en los corvejones del caballo. A punto de caer en dos ocasiones, empezó a pensar que el animal había sido atacado por el terrible mal de la rabia.

De repente, el moloso atrapó entre sus potentes mandíbulas el estribo de la montura y tan fuerte era su tirón que de no haber sido un poderoso caballo de guerra habría sido arrojado a tierra. El caballero, temeroso ya por su integridad, asió la enorme y pesada maza de combate y con un certero golpe, mil veces practicado, aplastó el cráneo del presa sin pensar en la amistad de tantos años e impulsado sólo por el instinto de conservación.

El perro emitió un bronco gemido sin soltar el estribo y siguió la marcha arrastrado por el caballo. Entonces el guerrero montó su ballesta y desde arriba apuntó a la cruz de su perro. El dardo atravesó a la bestia, que herida de muerte abrió sus fauces y quedó sobre el sendero jadeando.

Detuvo el caballero a su montura para ver y grabar en su memoria la última imagen del que por tanto tiempo había sido su compañero de campañas.

Este alzó la destrozada cabeza hacia su amo con una mirada llena de nobleza y arrastrándose con sus enormes garras giró y comenzó a deshacer el camino andado, trazando un sendero con el color rojo de su sangre.

El caballero lo siguió lentamente para ver donde expiraba su fiel compañero. Este continuó avanzando, deteniéndose a veces sin resuello, para seguir después con la tenacidad propia de su raza.

Llegó al fin el animal al lugar donde habían acampado y acercándose a un lentisco, sacó con sus dientes de entre la hojaresca la bolsa del caballero, que por precipitación de los aquellos momentos había caído de la montura.

Comprendió al instante la extraña actitud de su animal: no era rabia, ni furia, ni locura, era sólo el deseo de hacerle volver para recoger la bolsa llena con el producto de sus “soldadas” que tanto esfuerzo, dolor y sacrificio le habían supuesto. Angustiado, bajo de su montura, pasó su recia mano sobre la enorme cabeza en una caricia de despedida, correspondida con el esbozo de movimiento de cola, que para el perro es como un esbozo de sonrisa.

Sintió en el pecho la angustia de su incomprensión y en aquel rostro curtido por el sol y por el frio, surcado por cicatrices de mil combates, viva imagen de la incertidumbre, resbalaron amargas lágrimas.

Lleno de dolor sepultó al animal, dejando sobre la tumba su carlanca. Montó después para seguir la postrera andadura, quebrada ya la alegría del día anterior.

Pasó el tiempo y pasó la guerray en aquellos parajes antes asolados volvió a surgir la vida y en los campos antes abandonados nacieron trigales y entre ellos y por el mismo camino en que sucedió lo que os cuento brotó un sendero de amapolas.

Testigo el caballero de este fenómeno descubrió de inmediato su sentido.

Y dicen que en pago de la tantas veces recordada nobleza de su animal, cuando por méritos de guerra de le concedió titulo y escudo, solicitó que este fuera el de “una roja amapola sobre campos de trigo”.

Ewa Ziemska

Breeder and researcher of Presa Canario. Lived in Poland, London UK and presently stays in Kentucky, USA and traveled through whole Europe and 22 States discovering the breed. Speaks Polish, English and Spanish. Master of Science of Management and Computer Modeling and Engineer of Production Engineering of Kielce University of Technology. Avid traveler, photographer and dog book collector. Instagram @reygladiador